Una bomba atómica es un dispositivo que obtiene una gran cantidad de energía explosiva mediante reacciones nucleares. Su funcionamiento se basa en provocar una reacción nuclear descontrolada en cadena y, según el mecanismo y el material usado, se conocen dos métodos distintos para generar una explosión nuclear: el de la ‘bomba de uranio’ y el de la ‘bomba de plutonio’.
La bomba atómica fue desarrollada por Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial gracias al ‘Proyecto Manhattan’, y es el único país que ha hecho uso de ella en combate. Se encuentra incluida entre las denominadas armas de destrucción masiva y su explosión produce una distintiva nube con forma de hongo.
Hace 70 años las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki sufrieron las devastadoras consecuencias de dos bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos que causaron enorme daño y destrucción.
En Hiroshima vivían unas 350.000 personas. Se calcula que la bomba que cayó el 6 de agosto de 1945 mató a unas 80.000 personas y que casi el 80% de los edificios fueron destruidos o quedaron fuertemente dañados.
Todavía se especula con el número total de muertos en la ciudad, pues a las personas fallecidas directamente a causa de la explosión hay que añadirle las que sufrieron heridas o los efectos de la radiación, pero la cifra varía entre 90.000 y 166.000. Hoy habitan en la ciudad 1.174.000 personas.
En Nagasaki, el día de la explosión nuclear, el 9 de agosto de 1945, vivían en la ciudad 263.000 personas. En menos de un segundo tras la detonación de la bomba, el norte de la ciudad quedó destruido y se calcula que entre 39.000 y 80.000 personas murieron. Hoy viven en esa ciudad unas 450.000 personas.
Se estima que hacia finales de 1945, las bombas habían matado a 166.000 personas en Hiroshima y 80.000 en Nagasaki, totalizando en total unas 246.000 muertes, aunque sólo la mitad falleció los días de los bombardeos. Entre las víctimas, del 15 al 20 % murieron por lesiones o enfermedades atribuidas al envenenamiento por radiación. Desde entonces, algunas otras personas han fallecido de leucemia (231 casos observados) y distintos cánceres (334 casos observados) atribuidos por la exposición a la radiación liberada por las bombas. En ambas ciudades, la gran mayoría de las muertes fueron de civiles.
Seis días después de la detonación sobre Nagasaki, el 15 de agosto, el Imperio del Japón anunció su rendición incondicional frente a los ‘Aliados’, haciéndose formal el 2 de septiembre con la firma del acta de capitulación, concluyendo así la Guerra del Pacífico y por tanto, la Segunda Guerra Mundial. Como consecuencias de la derrota, el Imperio nipón fue ocupado por fuerzas aliadas lideradas por los Estados Unidos que tuvo que adoptar los ‘Tres Principios Antinucleares’ que le prohibían poseer, fabricar e introducir armamento nuclear.
¿ERA NECESARIO LANZAR LA BOMBA ATÓMICA?
Nadie había tomado nunca antes una decisión así. Hasta el momento ninguna otra persona lo ha hecho. Y nadie más ha tenido que convivir con semejantes consecuencias.
Pero ordenar transformar a toda una ciudad en una sucursal del infierno y en el proceso acabar con la vida de 140.000 seres humanos –en su inmensa mayoría civiles, muchos luego de terribles padecimientos– no puede ser fácil.
Eso fue sin embargo lo que ocurrió después de que Harry S. Truman, presidente de los EE. UU. en aquel entonces, autorizara el lanzamiento de una bomba atómica sobre la localidad japonesa de Hiroshima, un 6 de agosto de hace ya 70 años.
«La usamos para acortar la agonía de la guerra, para salvar las vidas de miles y miles de jóvenes estadounidenses», fue la justificación del presidente estadounidense tres días después en un mensaje transmitido el día del lanzamiento de una segunda bomba sobre la ciudad de Nagasaki.
Y pocos después, el 15 de agosto de 1945, Japón finalmente anunció la rendición incondicional que desde hacía tiempo se le venía exigiendo. Terminaba así la Segunda Guerra Mundial y empezaba un debate que todavía no ha terminado.
Efectivamente, muchos todavía consideran que la relativamente rápida rendición japonesa justifica la decisión del presidente Truman de recurrir a las armas nucleares, aunque hasta entonces los bombardeos de la fuerza aérea estadounidense ya habían causado más muertos que los que eventualmente provocarían los dos artefactos nucleares.
Pero Japón no se rendía y la alternativa que también se contempló de una invasión acompañada por un bloqueo naval muy probablemente hubiera tenido un costo todavía mucho mayor en vidas humanas para ambos bandos.
Otros, sin embargo, jamás considerarán justificable el uso de armas o estrategias que no diferencien entre combatientes y civiles, y no falta quien considere que lo de Hiroshima y Nagasaki fue un crimen de guerra. Pero además, incluso en 1945, muchos estaban convencidos de que una rendición japonesa se podía conseguir sin haber recurrido a las armas nucleares.
Aunque ahora, más útil que preguntarse si el uso de la bomba atómica era necesario o no, o evitable o no, su aniversario debería servir para que reflexionáramos sobre las formas en las que, todavía hoy, se hace la guerra. O sobre por qué, todavía hoy, hay guerras.
LA CEREMONIA DEL 70 ANIVERSARIO EN HIROSHIMA Y NAGASAKI
El 6 de agosto de 1945 es recordado como uno de los días más oscuros de la historia de la humanidad, el lanzamiento de una bomba atómica en Hiroshima. Las consecuencias de lanzar esta bomba fueron enormes, la destrucción en Hiroshima fue devastadora a los ojos de quienes observaron desde fuera lo que pasaba y, para quienes lo sobrevivieron, uno de los traumas más grandes y con más graves consecuencias físicas.
“Little Boy”, como llamaron a la bomba, explotó a 600 metros sobre la ciudad, con una fuerza de 13 kilotones de TNT, alcanzó un millón de grados centígrados en segundos y la bola de fuego llegó a tener hasta 256 metros de diámetro. Se estima que 12 kilómetros de la ciudad fueron arrasados, un hecho que puso a los ojos de todo el mundo el enorme poder destructivo de las armas nucleares y, sobre todo, que ésta ya estaba lista para ser usada en cualquier momento.
El pasado 6 de agosto se cumplieron 70 años de la tragedia y, como cada año, la ciudad se convirtió en un lugar de luto, pero también de reflexión. Miles de personas guardaron un minuto de silencio en el Parque Memorial de la Paz a las 08:15 hora local, la hora exacta en la que detonó la bomba hace siete décadas a pocos metros de donde se celebró la ceremonia para honrar a quienes fallecieron en 1945, meditar sobre los peligros que se corre con este tipo de armas y también para abogar por leyes anti-nucleares.
Este bombardeo, junto con el de Nagasaki, únicos de tipo nuclear que se han llevado a cabo en toda la historia de la humanidad, han supuesto un impacto en la sociedad lo suficientemente importante como para tener presente el alcance de los conflictos bélicos y de lo que el ser humano es capaz de hacer contra su prójimo, por lo que este tipo de ceremonias nos ayudan a mantenerlo vigente, para que nunca más se realice un acto de esta magnitud.
Tras la emotiva ceremonia por el 70 aniversario de la primera bomba atómica celebrada el pasado jueves en Hiroshima, Nagasaki conmemora este domingo su propia efeméride. El 9 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó su segunda bomba nuclear sobre esta importante ciudad portuaria del sur de Japón para forzar su rendición, acabar así la Segunda Guerra Mundial y, de paso, demostrar al mundo su nuevo poder militar.
A las once y dos minutos de la mañana, un artefacto de 3,25 metros de largo, 1,5 de diámetro y 4,5 toneladas de peso estallaba a una altura de 500 metros al norte de Nagasaki y desataba un nuevo infierno en la Tierra. Hoy, un monolito negro en el Parque de la Paz, escenario de la ceremonia de conmemoración, señala el lugar donde cayó la bomba. Su explosión, equivalente a 21.000 toneladas de TNT, mató a 70.000 de los 240.000 habitantes de la ciudad y dejó a más de 120.000 personas sin hogar, ya que destruyó un tercio de las casas.
Al igual que en Hiroshima, la nueva bomba, apodada “Fat Man” (“El Gordo”) por su forma, liberaba una cantidad de energía tan descomunal que su onda expansiva arrasaba casi siete kilómetros cuadrados y, con unas temperaturas de miles de grados, abrasaba hasta volatilizar todo cuanto encontraba a su paso.