Reflexiones sobre la COVID-19 y la decisión de ‘vacunarse’ o ‘no vacunarse’ (I)

17 Mar, 2022 | Salud, Sociedad | 0 Comentarios

Por: José Alberto Hernández Hernández (Director de LaRendija.es)

Nuestro estimado colaborador José Vicente González Bethencourt, doctor en medicina y cirugía, nos hacía llegar el pasado 23 de enero -en plena sexta ola, con la variante ómicron haciendo de las suyas- el siguiente artículo suyo que ese miso día había publicado EL DÍA | LA OPINIÓN DE TENERIFE en el que, con el titular ‘La variante ómicron no es una simple gripe’, manifestaba su cualificada opinión científica sobre la situación por la que la sociedad canaria atravesaba:

« Estamos asistiendo a un bombardeo informativo y de opiniones de todo tipo sobre la variante ómicron del coronavirus que, si bien es cierto que puede causar una enfermedad menos grave que el delta, sin embargo es fácilmente transmisible, por lo que se trata de un virus muy peligroso sobre todo para las personas que no están vacunadas, y de hecho últimamente los contagios han aumentado muchísimo en todo el mundo, y concretamente en Canarias también, al mismo tiempo que las cifras de mortalidad se mantienen, tanto que hasta ahora la sexta ola es la que más muertes está produciendo.

No parecen correctas, pues, algunas opiniones dudosamente científicas que consideran que el contagio y la consiguiente enfermedad por la ómicron es como sufrir una simple gripe, o que buscar contagiarse con ella, al ser una variedad leve, puede ser una buena idea. Todo lo contrario, es una temeridad dado que, aunque el pronóstico con la ómicron sea mejor que con el delta, puede llevar a una enfermedad muy grave y a la muerte.

En España, en plena sexta ola pandémica, más de 10.000 sanitarios se han contagiado en las dos últimas semanas, un problema añadido que obliga a gestionar las bajas, sufriéndose en estos días las cifras más altas de incidencia de toda la pandemia, resultando muy preocupante el porcentaje de camas hospitalarias ocupadas por la COVID-19 (una media del 14%) y el de camas en las Unidades de Cuidados Intensivos (un 23,6%), con lo que la presión hospitalaria en Canarias es muy alta, tanto por los pacientes hospitalizados en las plantas como en las Unidades de Cuidados Intensivos.

En estas circunstancias no podemos bajar la guardia y debemos seguir protegiéndonos al máximo, sobre todo los grupos de riesgo por edad o por enfermedades crónicas u oncológicas, debiendo tener en cuenta que un solo resultado negativo de una prueba de antígenos no es garantía de que una persona no esté enferma ni porte el virus, lo que es todavía más cierto con la variante ómicron, que es muy contagiosa.

Por otro lado, las pruebas caseras de antígenos pueden hacerse demasiado pronto, antes de que haya suficientes virus presentes para detectarlos, o demasiado tarde, después de que una persona ya haya contagiado a otras, con lo que dichas pruebas pueden resultar un falso negativo, así que deben hacerse por pares, o sea, con unos días de diferencia, y si bien el test de antígenos sigue siendo una herramienta muy útil, hay que tener muy en cuenta que puede brindar una falsa confianza con lo que, dado que la variedad ómicron es muy transmisible, si ese test es negativo no puede considerarse un salvaguarda de libertad ni puede ser el único criterio por el que se decida o no acudir a una reunión o a una fiesta.

Tanta presión hospitalaria hace que afecte a la capacidad asistencial de hospitales y centros de salud, lo que obliga en muchos casos a suspender la actividad quirúrgica programada no urgente y a retrasar o posponer consultas, pruebas y exploraciones ordinarias.

El contagio por la variante ómicron en todas las islas es grave, y concretamente ha hecho que Gran Canaria y La Palma suban a nivel 4 y, mientras tanto, además del lavado de manos y el mantenimiento de la distancia, lo más efectivo para protegernos es el uso de mascarillas bien ajustadas a nariz y boca, tanto en interiores como en exteriores, preferentemente las FFP2 antes que las quirúrgicas, y no es que ésta no proteja, que también, solo que es muy importante que la mascarilla quede bien ajustada a la cara, a lo que ayuda el clip moldeable. »

Ese mismo día, el prestigioso DIARIO16 publicaba el siguiente artículo del también doctor Antonio Alarcos, médico de atención primaria que ejerce su trabajo como sanitario de primera fila contra COVID-19 y que, con el titular «Lo dice la Ciencia…», ponía en cuestión las ‘supuestas verdades’ que durante el transcurso de la pandemia ha estado predicando la llamada Ciencia:

« Entre remedios, restricciones y variantes estamos asistiendo a un fenómeno que en algunos genera cierta perplejidad: una entidad con nombre propio y llamada Ciencia ha comenzado a dictar verdades universales e incuestionables que se repiten ‘ad nauseam’ para el consumo y disfrute de aquellos que prefieren una solución simple, aunque sea equivocada, para solventar un problema terriblemente complejo, multifactorial y cuya profundidad se desconoce desde la inmensa mayoría de los campos del conocimiento.

no era necesario utilizar mascarillas

Esta tal Ciencia fue aquella que proclamó que “según los expertos” no era necesario utilizar mascarillas, ¡hasta que había mascarillas insolidarias que muchos insolidarios utilizaban en el transporte público!; luego se lo pensó mejor y las impuso a toda la población española en todo momento, incluso al aire libre, sólo con la excepción de estar consumiendo en un sitio cerrado o sentado en una mesa donde se podía prescindir de ella.

para frenar una enfermedad infecto-contagiosa era positivo que todo el mundo estuviera en la calle al mismo tiempo

La tal Ciencia dictó que para salir de un confinamiento total de la sociedad existirían unas fases de desescalada diseñadas por “los expertos”: todos tendrían que salir a pasear o a hacer deporte a la misma hora, y a la misma hora volver. La Ciencia concluyó que para frenar una enfermedad infecto-contagiosa era positivo que todo el mundo estuviera en la calle al mismo tiempo, con la consiguiente aglomeración en las calles que todos pudimos observar.

Luego el gobierno dijo que, en realidad, no había “expertos” diseñando las fases de desescalada, ni imponiendo confinamientos, ni recomendando el uso (o no uso) de las mascarillas… ¡Bah!, ¡matices!, ¡pelillos a la mar!.

inyectándonos unos productos quedaríamos “completamente inmunizados”

Algo más tarde, la tal Ciencia nos prometió que inyectándonos unos productos quedaríamos “completamente inmunizados” y que todo se resolvería; fijó para ello el muy concreto objetivo del 70% de la población con una supuesta “pauta completa” para que los contagios se detuvieran a través de un fenómeno ya conocido y ampliamente comprobado: la inmunidad de rebaño.

La tal Ciencia determinó que primero se inyectarían los ancianos y los sanitarios, ambos grupos fatigados tras la contienda contra la enfermedad que mantuvieron pocos meses atrás, por lo que pocos de ellos llegaron siquiera a plantearse la idoneidad de tal remedio, menos todavía fueron los que buscaron información sobre estos productos y aún menos los que decidieron no administrárselos: La Ciencia se había pronunciado, no había tiempo para pensar, no quedaba espacio para la duda…¡deprisa!, ¡rápido!, ¡deprisa!.

con “pauta completa” no podían contagiarse

La tal Ciencia (a la que dudando de su existencia le atribuyo género femenino por el artículo que se utiliza al pronunciar su nombre) explicaba por entonces, entre diciembre y abril de 2021, que las personas con “pauta completa” no podían contagiarse y que, por tanto, no podían contagiar a otros; los inoculados estaban completamente protegidos, los productos eran completamente seguros y suponían “la única alternativa” para acabar con las restricciones que se levantarían al alcanzar la inmunidad de rebaño. ¿Lo recuerdan?

Aparecieron entonces algunos herejes que alertaban de que estos productos no inmunizaban, que no impedían la infección, que era imposible alcanzar la inmunidad de rebaño con ellos porque venían observando que los “doblemente inmunizados” enfermaban: esos herejes no merecían otra cosa que ser señalados, insultados, menospreciados y combatidos; hasta se les puso un nombre: eran “negacionistas” y “antivacunas” que estaban en contra de la señora Ciencia. Andaban, para más inri, usando un anticuado método científico: esa ciencia en minúsculas que parece no importarle a nadie ya. Citaban artículos de The Lancet, Nature, British Medical Journal o Public library of science, entre otros, y analizaban los documentos que publicaba el Ministerio de Sanidad, no sé si pensando que nadie se los leería. Para colmo, decían que la Ciencia no existía, que no decía nada, que no acertaba nunca y que lo correcto era hacer ciencia con minúsculas y utilizando el método científico: observación, formulación de hipótesis, testeo y análisis de los resultados.

A fuerza de ir acertando, muchas personas empezaron a interesarse por lo que decían los herejes: parecían los auténticos profetas de “la Ciencia” en tanto en cuanto era ella la que admitía parcialmente sus postulados con unos cuantos meses, cada vez menos, de retraso.

Pero este nuevo ídolo, “la Ciencia”, que es una y, a la vez, trina, que está formada por unos expertos -cuyos nombres no conocemos- que proclaman su palabra, unos medios de comunicación que la repiten hasta que la sociedad las asume y, finalmente, unos gobiernos que la ejecutan, no podía permitir la existencia misma de los herejes, así que rugió: “Sobre la tierra, nada existe más grande que yo, yo soy el dedo ordenador de Dios”. Y comenzó a perseguirlos en muchos lugares, tratando de “hacerles la vida imposible”, instando a los seguidores del nuevo ídolo a que no se relacionaran con ellos… ni siquiera en Navidad.

Muchos superfluos, seducidos por la Ciencia, aplauden hoy la persecución y el ataque, muertos de miedo, ansiosos de soluciones simples y emborrachados de vanidad, creyendo firmemente en que sólo la palabra de la Ciencia es válida y que están en el lado correcto, aunque la palabra no sirva, aunque su lógica no se sostenga, aunque atente flagrantemente contra la ciencia en minúscula. Tal es el pavor, tal es el miedo, que renuncian a sus derechos con tal de imponer la palabra del nuevo ídolo a golpe de decreto.

A este ídolo llamado Ciencia, a este monstruo uno y trino, me gustaría dirigirme citando a Abraham Lincoln para hacerle una advertencia: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo, puedes engañar a algunos todo el tiempo, pero no puedes engañar a todos todo el tiempo.” »

Son éstos dos ejemplos claros de cómo un mismo asunto puede ser visto con criterio muy diferente por distintos profesionales cuya dedicación y recorrido les da autoridad para opinar y que, en el caso de los postulados de la Ciencia sobre como tenemos que afrontar la COVID-19 en sus diferentes variantes, han provocado un fuerte enfrentamiento de gran parte de la población que ha optado por vacunarse contra quienes han decidido no vacunarse, instigado por intereses que desde mi punto de vista nada tienen que ver con el bien común y que han dado lugar a comportamientos propios del fundamentalismo más rancio. Sobre ello y sobre experiencias reales con la COVID-19, entre ellas las mías personales de haber tomado la decisión de ‘no vacunarme’ y de haber ‘resultado contagiado’ durante la reciente sexta ola, trataremos en el siguiente capítulo…

(Continuará…)

[facebook-page href="https://www.facebook.com/larendijaes" width="300" height="500" tabs="timeline, events, messages" show_cta="true" small_header="false" align="left" hide_cover="false" show_facepile="false"]