De nuestro colaborador Antonio Bello Pérez, Hijo Adoptivo de Granadilla de Abona cuya biografía ya hemos publicado y a la que remitimos a nuestros lectores, tenemos el placer de rescatar la que fue su primera colaboración con el periódico ‘La Rendija’ en julio de 1993, siendo Jefe del Departamento de Agroecología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que por su interés como referencia de su punto de vista en el ámbito de la agricultura y porque a pesar del tiempo transcurrido (casi 22 años) sus reflexiones no han perdido actualidad, reproducimos a continuación. El interesante artículo de Antonio Bello decía así:
« El estado de crisis del mundo rural tiene su origen en el hecho de haber centrado su razón de ser exclusivamente en la producción a ultranza, es decir, en sacarle el máximo rendimiento posible a la tierra, olvidándonos de que el mundo rural es simplemente y sobre todo una opción más de la vida: “el derecho de ser o sentirse campesino”.
Este productivismo a ultranza tuvo su origen y justificación en la Política Comunitaria Agraria Europea, que ante la necesidad de asegurarse el autoabastecimiento de alimentos en la época inmediatamente posterior a la 2ª Guerra Mundial, nos ha llevado a unos sistemas productivos totalmente artificiales a través de su programa de la ‘revolución verde’, que ha fracasado al tratar de simplificar y garantizar los sistemas agrarios mediante el empleo de agroquímicos, variedades y razas mejoradas, mecanización y gasto de energía sin sentido; pero sobre todo, de buscar la producción creando el concepto de ‘la calidad de vida’ basado en el hecho de considerar un producto agrario de calidad exclusivamente por el color, la forma y el tamaño de los mismos, olvidándose de la ‘calidad real’ que es la que se preocupa de su valor nutritivo.
Este modo artificial de trabajar los productos agrícolas ha conducido a la pérdida de su capacidad de ajustarse a las leyes naturales, con lo que se ha creado una dependencia económica del exterior y, lo que es peor, una preocupante pérdida en la rentabilidad de muchos cultivos debido al excesivo aumento de la producción y por lo tanto a la oferta, lo que provoca la caída de los precios de los productos además de crear excedentes, o sea, producción sobrante que no se consume. Al mismo tiempo, este tipo de agricultura que depende de agroquímicos y de gastos energéticos innecesarios produce un impacto negativo en el medio ambiente, lo que ha transformado la agricultura en una de las principales causas de contaminación.
Esta acción negativa de la ‘agricultura productivista’ sobre el medio ambiente llevó a una toma de conciencia en una primera etapa en los comienzos de los años sesenta, así como a un surgimiento del movimiento ecologista, que a pesar de todos sus valores positivos en relación con la conservación de la naturaleza, se olvidó en parte de incluir al hombre como elemento importante cuya acción tiene una enorme influencia en la conservación de los ‘ecosistemas’ o espacios vitales que favorecen el desarrollo natural de determinadas especies agrícolas.
Esta ‘dependencia económica’ del exterior, junto al ‘alejamiento de las leyes naturales’ y la ‘reducción de la rentabilidad’ de los sistemas agrarios, ha creado situaciones insostenibles que han provocado la emigración del mundo rural a la ciudad, con la consiguiente despoblación del territorio que repercute en un aumento de la erosión y desertización del medio rural. En estos momentos, en los comienzos de los años noventa, es cuando se empieza a valorar la verdadera función del hombre y de la agricultura en la conservación del medio ambiente, al contrario de lo que se había pensado en los comienzos de los años sesenta. Así que no cabe ya duda de que “la agricultura es ecología”.
Vemos que la política agraria comunitaria, con la intención de poner freno a este problema de exceso de producción ha buscado alternativas como la ‘congelación de los precios’, la importación de cuotas de producción’, la ‘reforestación’, la ‘retirada de tierras’, la ‘jubilación anticipada’ del campesino, la ‘agricultura biológica’ y la vuelta a técnicas tradicionales como el ‘barbecho’ y las ‘rotaciones de cultivos’, así como el desarrollo de ‘proyectos ecológicos’. Con todo ello, en lugar de encontrar soluciones, lo que se ha hecho es poner en evidencia los graves problemas agrarios de la Comunidad Económica Europea en toda su magnitud, lo que se hace notar en el abandono de cientos de agricultores que cada año dejan el mundo rural al ser incapaces de mantener un nivel de vida digno.
Ante esta situación se hace necesaria una reforma que elabore un modelo de desarrollo rural que tenga en cuenta nuestra propia realidad social y ecológica, que sepa valorar en su justo precio la producción agraria de cada lugar y que mida la economía en base a los valores ambientales y de calidad de vida de nuestros sistemas agrarios. Que garantice, en definitiva, “un mundo rural vivo y activo que evite la contaminación de aguas y suelos, el agotamiento de los recursos y detenga la progresiva desertización del territorio”.
Espero que estas ‘reflexiones’ sirvan para clarificar y concretar la situación de nuestro mundo rural y agrario, así como reconocer las consecuencias de una política agraria poco flexible que, aplicando técnicas desde lejos (en el caso de la Comunidad Económica Europea, desde Bruselas), se ha olvidado que no solo deben basarse en el principio de que sean ‘posibles’ sino que es necesario que también sean ‘socialmente aceptables’. Pero, sobre todo, debemos llegar a la conclusión de que “el futuro del mundo rural es un problema de todos y no solo de los que viven en el campo”. De la estabilidad del mundo rural y del equilibrado desarrollo del mismo depende la conservación del medio ambiente y nuestra ‘calidad de vida’.»