Por: Emiliano Guillén Rodríguez*
Se refiere este término a un charco o fuente destinado exclusivamente a uso bautismal por nuestros aborígenes, el cual puede sonar a desconocido, y lo sería aún más si tratáramos de establecer una correlación entre su significación espiritual y su nivel de popularidad.
La Jéñiga, sin embargo, representa a un extenso complejo arqueológico aborígen sito en la costa de Granadilla de Abona, guardando siempre, en su sentido etimológico, íntima relación con el rito del bautismo practicado por nuestros antepasados prehispánicos.
La ceremonia de bautizar a los niños recién nacidos entre el pueblo guanche fue práctica común entre ellos, quedando referencias escritas sobre la misma respecto de su forma o sentido desde los primeros testimonios que, sobre soporte de papel, hacen referencia a su vida y costumbres.
En tal sentido apunta Espinosa: “…Acostumbraban…cuando alguna criatura nacía, llamar a una mujer que lo tenía por oficio, y ésta echaba agua sobre la cabeza de la criatura; y aquella mujer contraía parentesco con los padres de la criatura, de suerte que no era lícito casarse con ella, ni tratar deshonestamente…”
Toda una serie de autores posteriores, tal vez retomando esta cita, escriben sobre este ritual en parecidos términos. Marín y Cubas observa: “Cuando nacía la criatura, lo lavaban con agua todo el cuerpo, mujeres a niñas y hombres a niños; y quedaban en nuevo parentesco con los padres”.
Para llevar a cabo el acto del bautismo existían en cada reino un determinado número de charcos y/o fuentes celosamente guardados, defendidos del acceso de animales y reservados en exclusividad para este uso.
“…Y, llamábanse Jéñicas a estas fuentes bautismales”. “…Siendo conocidas por Jéñicas todas las fuentes reservadas a este fin”. Son éstos otros tantos testimonios mencionables al respecto.
Hay, como ya he referido, una Jéñica (Jéñiga según la tradición popular) en las costas granadilleras formando parte del indicado complejo arqueológico. Se halla ésta ubicada en lugar próximo a la Hacienda del Vallito, conocida -como he dicho- por la Fuente de Jéñiga.
En sus alrededores se puede descubrir otros muchos indicios testimoniales de que esta zona fue destinada a paradero pastoril durante los tibios inviernos de que goza nuestro hábitat sureño.
El conjunto está formado por la fuente, un ‘eres’ homónimo, un vallecito fronterizo en el que se podía resguardar el ganado sin riesgo a que se dispersase, rematados por una atalaya o lugar alto destinado a vigilancia. En su entorno se han rescatado numerosos vestigios de cerámica aborígen.
Sobre el particular, nos cuentan muchas personas que allí vivieron largos años dedicados a cultivos tradicionales (tomates, millo, verduras…), que la fuente hasta hace poco manaba, que el eres siempre tenía agua tanto en invierno como en verano y que de entre los pedregales, como si hubieran estado escondidas, sacaban enteras muchas piezas de barro que luego las utilizaban para echarle de comer a los perros… Tenían formas de jarras, vasos pequeños y tallas pero, seguramente por lo viejas, no aguantaban mucho jaleo…
Todos estos testimonios orales y materiales atestiguan fidedignamente la existencia de este conjunto que refiere a lugar y fuente bautismal. La Jéñiga, topónimo que figura de antiguo en hijuelas, se mantiene aún hoy sin grandes variaciones fónicas y que, dado su enorme interés histórico, etnográfico, arqueológico o espiritual, es nuestro deber divulgar para dar razón y conocimiento del mismo a cuantos lo deseen, pues si bien en el Reino de Abona existieron varios charcos y fuentes destinadas a bautisterios, en nuestra actual demarcación municipal sólo nos queda la Jéñiga guardando celosamente un sagrado recuerdo en el halo de su significación.
(Nota: Este artículo es fiel reproducción del realizado por su autor en julio de 1996)
(* Investigador y Cronista Oficial de la Villa Histórica de Granadilla de Abona)