Por: Emiliano Guillén Rodríguez *
El término ‘Terrero’ es un topónimo de grande y profunda significación para la gente de Canarias, tanto por la relación íntima que guarda con sus fiestas nacionales (‘Juegos Beñesmer’) cuanto por ser reflejo fiel del espíritu guerrero y deportivo de nuestros antepasados.
Entre los aborígenes canarios eran muy esperadas las ‘fiestas de los Beñesmer’, porque en ellas se producían multitudinarias reuniones repletas de grandes regocijos populares: Banquetes, juegos, bailes, deportes, competiciones, desafíos y administración de justicia si la hubiere necesaria. Estas fiestas tenían lugar tres veces al año haciéndolas coincidir siempre con la tercera decena del mes de abril, la segunda de agosto y la tercera de diciembre; cuéntase que, incluso en tiempos de guerras o discordias entre distintos reinos, por las celebraciones se podía pasar sin riesgo de un bando a otro para disputarlas.
Comenta Fray Alonso de Espinosa que “Hacían entre año, el cual contaban ellos por lunaciones, muchas juntas generales; y el rey que a la sazón era y reinaba les hacía el plato y gasto de reses, gofio, leche y manteca, que era todo lo que darles podía. Y aquí mostraban cada cual su valor haciendo alarde de sus gracias en saltar, correr, bailar aquel son que llaman canario con mucha ligereza y mudanzas, luchar en las demás cosas que alcanzaban. Y no es poco de maravillar que con manjares tan toscos y gruesos se criasen hombres tan valientes, de tanta fuerza y ligereza, y de tan delicados ingenios como dellos han salido…”.
Llegado el tiempo de celebración, en los distintos reinos se encendían grandes fogaleras en las montañas más altas y vistosas para notificar a los bandos limítrofes que estaban abiertos los ‘Juegos Beñesmer’ y…”para que el que fuera hombre se presentara a ‘disputar el Terrero’…”
“…El Terrero era el amplio escenario donde realizar las supremas aspiraciones de sus vidas: Los guapos para ostentar sus arrestos, los valerosos desconocidos para adquirir fama, los enemigos para batirse, las jóvenes para contestar sus derechos de hombre, los siervos para alcanzar la nobleza, el amor para ser consagrado por el matrimonio, los mal avenidos para divorciarse, los obligados a la sobriedad para la hartura y los aplanados por la tristeza para la alegría…” (Bethencourt Alfonso)
‘Defender el Terrero’ era la aspiración máxima de los hombres más fornidos y curtidos en la lucha y en los juegos.
El Terrero se defendía a través de distintos modos de participación: bien podía ser por medio de la lucha canaria (para lo cual era preciso quedar en pie como único invicto o haber tirado al menos a veinte hombres sin ser batido, según el veredicto de los jueces o ‘tribunal de la lucha’. A aquellos que alcanzasen la cifra de veinte hombres tirados se les permitía descansar y disfrutar de otros regocijos, pudiendo volver a participar al día siguiente si los juegos continuaban) o mediante la participación en el ‘juego del palo’, en el que los jueces valoraban mucho más a los que mejor sabían controlar el palo y mejores mañas esgrimían (otro asunto era cuando los contrincantes se desafiaban a solas para saldar alguna deuda pendiente entre ellos).
Distintos modos de ‘defender el Terrero‘ era también compitiendo en ‘el tiro de la piedra, o ‘la carrera’ o ‘la esquiva’, pues todos ellos formaban parte de los juegos.
En los diferentes casos, quienes ‘se quedaban con el Terrero‘ se hacían famosos y eran admirados, siendo éste el único galardón que recibían.
Fueron muy populares los ‘Juegos Beñesmer de Abona’ a los que acudían muchos valerosos, arriesgados y afamados participantes de distintos lugares de la isla. Alcanzó en ellos gran respeto y admiración el héroe sureño Ichasagua, líder de los alzados, que los ganó en varias modalidades y en distintas celebraciones.
El espíritu del Terrero en Abona no sólo quedó reflejado en su toponimia, pues hay un terrero en la parte alta del caserío de Las Vegas, otro en Charco del Pino perteneciente a la provincia limítrofe de Chiñamar o Chiñama y un tercero en Chimiche hacia la medianía del pueblo, sino también en el sentimiento popular de sus habitantes, cual se refleja en esta copla que, con aire de folía, escuchaba cantar de niño a la luz de las estrellas durante las tibias noches de verano, cantada siempre al son de una guitarra bien templada:
Para cantar las folías
se necesita tener
oído, pecho y garganta
y en un Terrero nacer…
(* Investigador y Cronista Oficial de la Villa Histórica de Granadilla de Abona)