Por: Emiliano Guillén Rodríguez
Son abundantes en Abona los lugares conocidos como ‘Cueva de Los Camellos’, siempre referida a cavidades naturales o excavadas. Es ésta una interesante denominación porque guarda todo un rico legado histórico, cultural y etnográfico de nuestro pasado concatenado con la variada y dura historia agrícola local.
El camello, ese rumiante evolucionado hasta alcanzar unas características y condiciones naturales que le permiten vivir sin mayores dificultades en las condiciones más hostiles del planeta, como es el desierto, formó hasta no hace mucho parte de nuestra vida diaria como herramienta de trabajo aliviadora de tareas agrícolas. Usado como animal de acarreo y transporte, permaneció tan unido al hombre del sur tinerfeño y a su tierra que él, por sí sólo, fue capaz de generar en su entorno toda una cultura material y del conocimiento que dejó profunda huella en las costumbres locales, en sus viviendas y hasta en la forma de construir sus viviendas en cuanto a elementos domésticos complementarios o excavar las cuevas.
Tal grado de integración llegó a alcanzar el camello por estos lares que, cuando una pareja de novios deseaba casarse y crear un nuevo hogar o, al menos, vivir autónomos de sus padres (porque algunas parejas se quedaban a vivir en casa de la novia pues, generalmente, era el hombre quien se mudaba de casa como mecanismo de protección social de la mujer y del periodo de próxima vejez de sus suegros) que si el nuevo matrimonio llevaba en dote matrimonial un camello aderezado con todos sus arreos y enseres se le consideraba como una pareja afortunada.
Los camellos se criaban en Fuerteventura o en el Sáhara y se les transportaba en barcos de cabotaje hasta Santa Cruz, desde donde en grandes manadas, siguiendo los trazados de la carretera del sur o de los caminos reales, con austeridad, alcanzaban los pueblos en pintorescas y esperadas caravanas, iniciándose el negocio de la compra-venta de tal manera que si el posible comprador disponía de algún ejemplar ya viejo, enfermo o poco útil, éste entraba en parte del precio para la adquisición del joven ‘guelfo’ que era preciso ‘domar’. Pero si el comprador no tuviese animal a cambio, estaba obligado a pagar la totalidad del valor estipulado.
Durante el tiempo que permanecían en los pueblos y duraran las transacciones, los camellos se resguardaban en grandes cuevas que pasaron a denominarse ‘Cueva de los Camellos’. A modo de ejemplo, digamos que solamente en Chimiche tenemos tres que se las conoce con este nombre: una muy cerca de la plaza del pueblo, otra hacia la mitad de la ladera de La Tosquita y una tercera en la Morra de la Ermita, en la parte baja del pueblo donde se unen las dos principales calles del barrio granadillero.