Tal como nos comprometimos en su momento y debido a su interés, reproducimos la primera de las colaboraciones de Emiliano Guillén Rodríguez que, incluidas en el apartado denominado ‘Nuestra Historia’ y que tendrá continuidad con las siguientes, publicamos cuando el periódico ‘La Rendija’ se editaba en formato impreso. Fue hace 22 años, concretamente en el primer número del periódico editado en abril de 1993, cuando ‘Mis tiempos del Sur’ vio la luz con la inclusión de su primer contenido referido a Los Menceyatos, el cual venía a decir:
«Un Menceyato o Reino es un espacio de terreno perfectamente deslindado por accidentes naturales del terreno, de cabida variable pero más o menos grande, enclavado en una comarca natural o formando parte de ella y gobernado por un Mencey.
En el caso de ser coincidente con una comarca natural, tal como ocurre con los menceyatos del Sur de Tenerife, su población tiene garantizada sus necesidades básicas de subsistencia en cuanto a pastos, agua, refugios, etc., siempre que esta población no supere la capacidad de carga de la referida demarcación.
Toda la isla de Tenerife (Achinech), después de su definitiva distribución, quedó dividida en reinos o menceyatos cuyas fronteras iban de mar a cumbre con la particularidad de disponer de una zona común para pastoreo de verano que resultaría vital para el intercambio y la comunicación entre los aborígenes más dinámicos, menos sedentarios, como así lo fueron los de la banda Sur de la isla con la excepción de los autosuficientes (Daute y Anaga).
La racional distribución de la isla atendiendo a motivos naturales y de subsistencia por encima de los estrictamente políticos, resultó de vital importancia para los reinos del Sur de Tenerife que de este modo garantizaban sus pastos frescos en la zona adecuada para cada estación, aprovechándolos en sentido horizontal y vertical durante todo el año climático. Este criterio natural aplicado al nacimiento de los distintos menceyatos de Tenerife (se excluye Taoro) se puede considerar como el resultado de una perfecta armonía entre el hombre aborigen y su geografía, sabio fruto del conocimiento y respeto de éste para con su hábitat.
Abona, el Menceyato más extenso de la isla con unas 56.000 hectáreas, lo fue porque ocupaba la banda ancha de la isla y sus recursos hidráulicos eran mucho más escasos que para el resto; de este modo, al ocupar mayor extensión superficial garantizarían la existencia de tan preciado líquido tanto para sus moradores como para sus ganados.
La posibilidad de disponer de una larga línea de acceso a la zona común (Circo de Las Cañadas) permite a los guanches del Sur una gran movilidad. Los cromañoides, que presentan una fuerte tendencia al sedentarismo, ocuparon las húmedas y fértiles comarcas norteñas. Los mediterranoides, más dados a la movilidad, se establecieron en el naciente de la isla practicando esta movilidad todo el año mediante asentamientos estacionales, resultando también menos trogloditas y construyen refugios.
Las diferencias entre ellos vendrían marcadas por sus condiciones económicas. Los Menceyatos del Sur de Tenerife, más pobres, debieron depender en ocasiones de otros para paliar las dificultades surgidas en los tiempos de sequía. Esta dependencia les acarreaba la necesidad de sufrir un cierto dominio ejercido por los más ricos, particularmente de Taoro.
El Mecey tenía la responsabilidad de representar a la comunidad en todos los intereses que les eran comunes, así como el deber de negociarlos y defenderlos, administraba justicia y controlaba el proceso de subdivisión, aunque no eran dueños absolutos de los medios de producción y su dominio estaba relacionado con el grado de interés existente entre los más cercanos y los más aislados del mismo. Las familias nobles se iban dispersando en linajes locales con diferenciación entre los descendientes del linaje primigenio, Achimenceyes, y los del linaje secundario, Cichiquitzas. También existían los villanos.
En cada asentamiento había un descendiente primigenio que dominaba al resto procedente de otros linajes, considerándose los distintos jefes de los diferentes asentamientos como hermanos por proceder en línea directa de hermanos. Las escisiones que fuesen precisas en los distintos clanes sólo se podían realizar por acuerdo del Mencey; la familia sería el núcleo social básico en la que el varón sería el responsable de la misma, así como de la distribución del trabajo según sexo y edad.
El poder del Mencey genera una serie de prestaciones y sentimientos de gratitud en cuanto a vivir en sus tierras y beneficiados que le refuerzan su autoridad con la obligación de ofrecer a su pueblo fundadas garantías de integridad y supervivencia para todos sus súbditos. El Mencey habría de ser juez en sus querellas, árbitro a la hora de repartir las tierras tanto para pastos como para cultivos o la adjudicación de vivienda, así como para tener perfecto conocimiento de la dinámica económica, y su nobleza era hereditaria, El Mencey presidía también el tagoror principal (Tagoror del Rey) que se componía, además del Mencey, de los Achimenceyes, los nobles y otras personas que por su edad, conocimiento y/o virtudes personales habrían ganado el derecho de participación.
El Tagoror principal en Abona estaría ubicado en las montañas a poniente de Chimiche…“tierras cerca del Tagoror del Rey en las montañas”. Existen en Abona muchos otros tagorores en los que se dirimían cuestiones locales en los distintos auchones y provincias. »