La tierra fértil de Canarias que conoció Antonio Bello

11 Jun, 2015 | Medio Ambiente, Sociedad | 0 Comentarios

 

El fallecimiento de nuestro paisano Antonio Bello Pérez ha suscitado, además de numerosas manifestaciones de condolencia, el reconocimiento internacional a su gran labor investigadora y docente, siendo numerosísimas las personas e instituciones que han ido mostrando su opinión en este sentido. Como muestra de ello y en un contexto más local, reproducimos el contenido de un artículo que sobre él escribió en la sección ‘Agro Canario’ del Diario de Avisos el conocido periodista y comunicador Zenaido Hernández. Éste decía lo siguiente sobre el profesor Antonio Bello:

«Cuando días atrás llegó la noticia de su fallecimiento, a muchos nos invadió un sentimiento de nostalgia acompañado de súbito por un sinfín de recuerdos. Se diría que su voz firme recobró aliento para reparar en las múltiples carencias que seguimos arrastrando y ante las que una y otra vez se alzaba el cercano investigador, tratando de frenar un deterioro progresivo, que en cualquiera de sus múltiples intervenciones concluía con una llamada a la participación, al decir “tenemos que hacer algo”.

Antonio Bello Pérez nació en San Miguel de Abona, estudió Ciencias Biológicas en la Universidad Complutense y ella se doctoró en Zoología. En 1964 se incorporó al Consejo Superior de Investigaciones Científicas y estuvo al frente del Departamento de Agroecología en el Instituto de Ciencias Agrarias, desde el que desarrolló una ingente labor que se hizo merecedora del mayor reconocimiento internacional y, como no podía ser menos, también del cáustico recorte presupuestario, conociendo un año antes de su jubilación la frialdad del cerrojo presupuestario debido a la torpeza de miras con la que se pone fin al camino emprendido, despreciando torpemente los avances alcanzados.

Su mirada estuvo atenta al suelo, a la tierra fértil. Desde pequeño le fascinó el enigmático mundo de las tierras del Sur, el poroso y blanco jable y la tierra negra ganada al paso de un laborioso proceso. Intuía que en el espacio por el que transitaban las raíces de las papas y del viñedo se desarrolla un proceso preñado de vida, un universo con seres minúsculos, unos beneficiosos y otros capaces de arruinar todo esfuerzo. Supo que el frágil equilibrio de la biota edáfica se podía romper en cualquier momento y aprendió de los agricultores de Chasna y de otros muchos lugares la lección aprendida con la experiencia de siglos.

Fue firme en su pensamiento hasta llegar al límite a sabiendas de que con ello despertaba la firme oposición. Era inflexible en la defensa de sus criterios pues le asistía el quedar avalado con los resultados de sus numerosos estudios, aportaciones dadas al mayor conocimiento de la nematología agrícola. Supo contagiar esa inquietud en otros investigadores, una pléyade de alumnos, compañeros y amigos que hoy siguen con igual empeño esa labor, engrandeciendo su legado. Estaba en todo momento dispuesto a dejar el microscopio y los tubos de ensayo para acercarse a los campos de cultivo y charlar de tú a tú con los agricultores, defendiéndoles ante la progresiva expansión de un urbanismo galopante y de una agronomía que hacía oídos sordos a la evidencia, mirando siempre hacia el balance económico de la inmediatez.

 Antonio Bello Pérez 3

Su denuncia mantenida frente al uso del bromuro de metilo y de otros hidrocarburos hidrogenados, como desinfectantes de los suelos, que cobró especial relevancia en la década de los ochenta al quedar claramente constatada la evidencia de su directa repercusión en la disminución de la capa de ozono y con ello en el calentamiento global, le consolidó como uno de los miembros más relevantes en el Comité de Opciones Técnicas del Protocolo de Montreal de la ONU, desarrollando el concepto de biodesinfección del suelo en todo el mundo, situando a España en un lugar de referencia internacional por los avances que se han alcanzado en la adopción de alternativas.

Para Antonio Bello, otra agricultura es posible. Y su trabajo permitió la formación de un sólido equipo con el que no avanzó en pos de una utopía, pues le avalaba la experiencia de muchas generaciones, de resultados sobradamente conocidos. Sus fórmulas, siempre respetuosas con el medio ambiente, permitían consolidar un proceso que garantizaba continuidad, cuidando la vida del suelo y obteniendo resultados en clara sintonía con el proceso natural. Su agroecología creció respaldada por la Sociedad Española de Agricultura Ecológica, en la que participó desde su fundación.

Este año, que la ONU dedica a los suelos, deja entrelazado firmemente en el recuerdo la sabiduría y el firme convencimiento de Antonio Bello, un tinerfeño del que todos hemos de sentirnos orgullosos, pues supo entender que el manto fértil es mucho más que un espacio físico-químico, ya que en él palpita el sostén de la vida.»

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