Don Eduardo Estévez, el médico

15 Ene, 2018 | Personajes, Reportaje, Sociedad | 0 Comentarios

El médico don Eduardo Estévez Ferrero, fallecido el pasado 11 de octubre a los 88 años de edad, fue velado con los honores correspondientes como ciudadano en posesión de la Insignia de Oro del Municipio de Granadilla de Abona que le había sido concedida en octubre de 2013 por el Ayuntamiento en Pleno. Más allá de una vida con sus luces y sus sombras como todo hijo de vecino, don Eduardo es recordado como el médico de Granadilla de Abona que, junto a don Blas Batista, significaron un época en el municipio a la que dedicaron el ejercicio de su profesión cumpliendo con el juramento hipocrático de servicio y disposición para atender la salud de l@s ciudadan@s a todas horas y todos los días del año, ejerciendo además como confesores y amigos .

Como quiera que estamos en deuda con la figura de este destacado granadillero, no queremos dejar pasar más tiempo sin rendirle nuestro tributo recordándolo a través de varios aspectos y escritos relacionados con su vida que a modo de reportaje hemos rescatado y ordenado para conformar el presente artículo sobre su persona.

Así, nos remontamos al 7 de diciembre 2012 en que el Ayuntamiento, a través de la web municipal granadilladeabona.org, publica con el título ‘El Ayuntamiento hará un reconocimiento a los médicos Blas Batista y Eduardo Estévez’ lo siguiente:

« El Ayuntamiento de Granadilla de Abona, a través de una moción presentada en la última sesión plenaria por parte de la Concejalía de Comunicación y Relaciones Institucionales cuyo responsable es Óscar Delgado Melo, ha aprobado realizar un reconocimiento a Don Blas Batista Pérez (a título póstumo) y a Don Eduardo Estévez Ferrero, médicos de esta Villa Histórica.

La propuesta, que fue apoyada por unanimidad de todos los grupos políticos, solicita iniciar el expediente para la aplicación del reglamento de honores y distinciones a estas dos personas. Según se reseña en la moción plenaria, en los últimos 30 o 40 años la medicina ha dado un gran giro; el desarrollo social, tecnológico y de las comunicaciones son los principales propulsores de este cambio, en positivo, pero desde una mirada más globalizada. Pero hubo una época en la que la atención sanitaria se centraba en la figura del médico de pueblo, que no el de ciudad, que tenía que permanecer en guardia las veinticuatro horas del día.

Prosigue diciendo que el médico era considerado como uno más de la familia, tenían que saber de todo; lo mismo atendía un parto que ponía una escayola o procedía a la extirpación de un quiste. En casos de urgencia y debido a la falta de medios de entonces era cuando remitía a sus pacientes a algún especialista de la ciudad, ya que en el pueblo no se disponía de la tecnología suficiente. Figura icónica del folclore rural, presente en la tradición literaria y aún más en la memoria de nuestros abuelos, el médico de pueblo era una mezcla de psicólogo y servicio de urgencias, un consultorio para todo y con carácter vitalicio. Por último, la propuesta plenaria apunta que el médico rural se convertía así en una figura central en la vida del pueblo y su comarca. A él acudían todos los vecinos con toda clase de peticiones, no sólo sanitarias sino también de otro orden; se convertía así en su confesor, en hermano, en amigo.

Tras la aprobación de la moción, el Ayuntamiento de Granadilla de Abona procederá a iniciar el oportuno expediente para distinguir y reconocer la labor de estos dos vecinos y médicos de pueblo. »

El 31 de octubre de 2013 se celebra un Pleno ordinario en el cuál se somete a consideración CONCEDER A D. EDUARDO ESTÉVEZ FERRERO, MÉDICO DE LA VILLA, LA INSIGNIA DE ORO DEL MUNICIPIO DE GRANADILLA DE ABONA, mediante la siguiente justificación argumentada por Nicolás Jorge Hernández, concejal encargado del desarrollo del expediente administrativo:

D. Eduardo Estévez Ferrero nació en San Miguel de Abona en 1928, hijo de Eduardo Estévez Tacoronte, conocido farmacéutico, y de Doña Concepción Ferrero Castaño, natural de Valladolid, a quien su amor por esta comarca la llevó a asentarse en ella.

D. Eduardo cursó sus primeros estudios en la Escuela Pública de San Miguel con sus maestros, don José Sánchez y don Emilio Marrero. Al iniciarse la Guerra Civil su padre, perseguido por sus ideas republicanas y masónicas, fue retenido en la cárcel habilitada en Granadilla de Abona para presos políticos. El encarcelamiento de su padre determinó que toda su familia cambiase su residencia a Granadilla, trasladando asimismo la Farmacia Estévez, farmacia que aún existe en la actualidad, regentada por su hijo.

Finalizó sus estudios de primaria en la Escuela Pública de Granadilla, bajo la batuta de su maestro don Pablo Marrero, iniciando en 1939 el bachillerato en el Instituto de Santa Cruz de Tenerife, a donde hubo de desplazarse al carecer la comarca sur de centro de estudios superiores, donde permaneció durante un año. Tras una breve estancia en el Colegio Ferray de La Orotava, pasa a cursar sus estudios en Las Palmas, concretamente con los Jesuítas, donde culmina con buenas calificaciones el Bachillerato y la Reválida.

Su formación universitaria la realizó en la Península, obteniendo su licenciatura en Medicina en la Facultad de Cádiz. Una vez licenciado se trasladó a Madrid donde preparó y ganó oposiciones a Médico Titular. En el año 1955, ya casado con Matilde Martínez Conejero, toma posesión como Médico Titular de Vilaflor, única plaza vacante en Canarias.

Don Eduardo ejerció la medicina en esa localidad durante ocho años y al mismo tiempo mantuvo consulta médica privada en Granadilla, donde posteriormente obtuvo la plaza en propiedad de Médico en la medicina pública de la Seguridad Social.

En aquellos tiempos sólo había dos plazas médicas en la Seguridad Social. Por lo tanto sólo dos médicos, don Eduardo Estévez y don Blas Batista asumieron la noble tarea de velar por la salud de los ciudadanos de esta comarca. Fueron años de duro y permanente trabajo porque no había medios, ni instalaciones ni servicios de urgencia, de modo que la dedicación era permanente. A todas las horas del día y de la noche y todos los días del año, atendían la totalidad de las asistencias y las consultas y lo hacían en sus propios dispensarios y con sus propios medios. Posteriormente se crea la plaza de Pediatría, se construye un pequeño Ambulatorio Médico y comienzan a mejorar los servicios e instalaciones sanitarias.

En ese contexto, don Eduardo Estévez dedica su vida, durante más de cincuenta años, a cuidar la salud y el bienestar de sus conciudadanos, ejerciendo su vocación, la medicina, hasta el día de hoy en beneficio siempre de sus pacientes y de la comunidad.”

Por todo ello, por unanimidad del Pleno, éste aprobó:

  1. Conceder a Don Eduardo Estévez Ferrero, médico de la Villa, la Insignia de Oro del Municipio de Granadilla de Abona por su destacada labor durante el ejercicio de su profesión médica en beneficio de los vecinos del municipio.

  1. Manifestar el reconocimiento del Ayuntamiento de Granadilla de Abona a Don Eduardo Estévez Ferrero por su dedicación, más allá del deber, a la profesión médica y su destacada labor en pro de la salud de los vecinos del Municipio.

  1. Disponer que los servicios de Protocolo municipales organicen acto solemne de entrega de la distinción concedida.

El 22 junio de 2014 tiene lugar la entrega de dicha distinción mediante un acto celebrado en el Salón de Plenos del Ayuntamiento, sobre el que publicamos el día 29 un artículo titulado ‘Reconocimiento a Blas Batista, Eduardo Estévez y Eladio Medina’, en el que decíamos:

« El pasado 22 de junio tuvo lugar en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Granadilla de Abona un acto de reconocimiento por su labor de servicio a los médicos Blas Batista Pérez (representado por uno de sus hijos) y Eduardo Estévez, a quienes se les concedió la Insignia de Oro de Granadilla, así como al Presidente de la Asociación Pro Minusválidos del Sur (PROMINSUR), Eladio Medina, a quien se le otorgó el Diploma al Mérito Ciudadano.

Blas Batista Pérez, ya fallecido, y Eduardo Estévez, que cuenta con 86 años de edad, fueron médicos de pueblo de nuestro municipio que desarrollaron una medicina de riesgo por las circunstancias de la época (a partir de la mitad del pasado siglo), cuyos comienzos fueron muy difíciles ya que no había medios, ni instalaciones, ni servicios de urgencia como los que podemos disponer hoy, con lo que su dedicación al cuidado de la salud de los ciudadanos era permanente y su entrega a los vecinos de Granadilla no tenía tregua, teniendo que atenderles en sus propios dispensarios y con sus propios medios siempre que se les requería, estando disponibles a todas horas y todos los días del año… »

Tras el fallecimiento de don Eduardo Estévez Ferrero, el 5 noviembre de 2017 ELDIA.es publica un artículo de J.A.M. que, con el título ‘Don Eduardo, el médico de toda la vida’, dice:

« «Con voz grave y bien modulada contaba cientos de historias, las estructuraba hábilmente intercalando en ellas la ironía y el humor, de tal manera que nos mantenía absortos. Dibujaba los caracteres de sus paisanos con su particular idiosincrasia, pero con simpatía. A veces, se autorretrataba integrándose en el cuento, como un personaje más». Es parte de la descripción que Mayte Castañeda, vecina de Granadilla de Abona, escribe de Eduardo Estévez Ferrero, «Don Eduardo, el médico», como lo conocieron los miles de granadilleros a quienes atendió durante más de 50 años.

Palabras que se corresponden con la filosofía que ejerció quien reivindicó la conversación y la compañía al enfermo como parte de la terapia. «Hay que escuchar a los enfermos, acompañarles y dedicarles el tiempo que sea necesario». Un humanismo que impregnó toda su carrera.

Distinguido en 2014 con la Insignia de Oro de Granadilla de Abona «por sus servicios, porque durante más de 50 años cuidó de la salud y el bienestar de sus conciudadanos, ejerciendo su vocación, la medicina, y siempre al servicio de sus pacientes y de la comunidad», el pasado 11 de octubre falleció a los 88 años. El salón de Plenos municipal fue el lugar en el que los granadilleros le despidieron.

«Eduardo nos ayudó a entender la compleja realidad de estas tierras. Aludió a los caciques, a los prestamistas… También a aquellos campesinos que se veían forzados a malvender sus tierras acosados por una enfermedad, por los gastos derivados de los estudios de los hijos… Sin duda, el contacto del médico con el sufrimiento fue lo que le hizo adquirir un tan profundo conocimiento acerca de los seres humanos».

Mayte Castañeda y su esposo encontraron al médico Eduardo y a su familia en los años 70, cuando llegaron al municipio.

Nacido en San Miguel de Abona en 1928, fue hijo de Eduardo Estévez Tacoronte, farmacéutico perseguido por sus ideas republicanas y masónicas que fue preso en Granadilla durante la Guerra Civil. De ahí que la familia cambió la residencia y la Farmacia Estévez, que hoy regenta su hijo.

Granadilla, Santa Cruz, La Orotava, Las Palmas, Cádiz y Madrid fue su periplo estudiantil desde la infancia hasta obtener la plaza de médico titular, que ocupó en Vilaflor en 1955 (la única vacante en las Islas). Poco después logró la plaza en propiedad de médico en medicina pública de la Seguridad Social. Era el tiempo de las carencias, en el que el médico no tenía horario. Sus hijos recuerdan las largas tardes de visitas en casa de los pacientes, de los enfermos cansados de luchar.

«Nos contó que cierto día recibió un aviso urgente desde la Cumbre. Mientras ascendía a caballo por un camino incómodo y peligroso, iba haciendo un cálculo de lo que cobraría. Como la vereda se estrechaba y la ruta se hacía cada vez más difícil, añadía mentalmente a la factura unas pesetas más, hasta que llegaron a una choza muy pobre. Eduardo no solo no cobró, sino que sacó dinero de su cartera para pagarles las medicinas». »

Asimismo, el 9 noviembre, laopinion.es publicó un artículo de la mencionada Mayte Castañeda que, con el títuloEduardo Estévez, médico’, decía:

« Hace unos días ha muerto en el municipio tinerfeño de Granadilla de Abona Eduardo Estévez Ferrero, el médico… El Excelentísimo Ayuntamiento de Granadilla le había concedido la Insignia de Oro. También el pueblo entero le expresó su agradecimiento en los actos que precedieron a su incineración.

Yo tuve la suerte de ser su amiga, y esa cercanía me permitió conocer a una persona extraordinaria…

Nos contó que, habiendo iniciado muy joven su vida profesional, la atención a los enfermos le exigió, con frecuencia, subirse «a lomos de caballerías» en los desplazamientos hasta la cumbre o hacia los pueblecitos de la costa.

Su espíritu de sacrificio, puesto de manifiesto en tantas ocasiones, pude comprobarlo, porque lo presencié, en la noche de fin de año de 1970, al abandonar el calor familiar de la celebración para acudir a una llamada urgente hecha desde Arona. Se despidió sin un gesto de contrariedad, sin aplazar un instante la atención hacia el enfermo.

Además de poseer una brillante inteligencia y una sólida preparación, que completaba cada día con la lectura de libros y revistas profesionales, se le solía atribuir en todo el Sur una virtud: su «ojo clínico». Y era cierto. En una época en que los medios eran muy limitados y las pruebas médicas no permitían confirmar los diagnósticos, él supo evitar la muerte de muchos de sus paisanos.

¡Cuánto le debemos a Eduardo y a tantos médicos rurales! Sabios y, sobre todo, compasivos.

En otro orden de cosas, he de destacar su extraordinaria capacidad para narrar las historias de un Sur en pleno proceso de transformación. Aludía a las injusticias de los caciques, a la sagacidad de los campesinos… Cada palabra escogida la engarzaba en el relato, permitiéndonos contemplar auténticos cuadros costumbristas.

No entendía la palabra » jubilación» de su profesión y seguía acudiendo a la consulta no solo para curar, sino también para asesorar a cuantos se lo pedían. Con sus manos, mutiladas a causa de las radiaciones, seguía aliviando el dolor físico, pero también, con sus palabras, el sicológico.

Y nos hacía reír…

Relataba que, siendo un adolescente, cuando regresaba de una fiesta en Arafo sobre un caballo sin albarda, decidió quitarse los pantalones y colocarlos bajo las doloridas nalgas. Los pantalones debieron caerse en alguna de las vueltas y revueltas del camino y… ¿Cómo explicar a su madre, doña Concha, que se le habían perdido, en una época en que la ropa debía «tirar» mucho tiempo?

Buen esposo de Matilde Martínez; cariñoso padre para Eduardo, Luisa y Beatriz; el mejor abuelo para Eduardo y Pedro; hermano entrañable de Luisa, Concepción y Baltasar. Generoso y cercano a toda la familia. En definitiva, ¡buenísima persona!

Sensaciones contradictorias se alternan en mí: alegría por haberlo conocido, tristeza por no tenerlo y mucho amor por lo mucho que nos dio. »

Por último, reproducimos un artículo de Ana Beltrán publicado el pasado 21 de noviembre en la web lacasademitia.opennemas.com que, con el título ‘Don Eduardo Estévez Ferrero, el médico del Sur por excelencia‘, decía’:

« Días pasados supe del óbito de D. Eduardo Estévez, uno de los médicos más humanitarios que ha tenido el sur de Tenerife. La noticia me apenó enormemente, como si de un familiar se hubiese tratado. Hacía años que no sabía nada de él, de su consulta me ausenté, con pesar, al cambiar mi lugar de residencia. Así y todo le hice alguna que otra consulta vía teléfono, tanta era la confianza que me inspiraba. Y no sólo como médico, también como persona; la sabiduría habitaba al hombre y al galeno.

Don Eduardo Estévez nació en San Miguel de Abona, donde su padre, farmacéutico de profesión, tenía la farmacia. Una farmacia que su familia hubo de trasladar a Granadilla de Abona cuando el farmacéutico fue detenido, acusado de republicano y masón.

El adolescente Eduardo cursó estudios en distintos colegios de la isla, pero fue en Cádiz y Madrid donde se formó como médico. Y vuelta al sur de la isla, donde empieza (y acaba) su andadura profesional.

Por aquel entonces los médicos rurales se las veían y deseaban para cumplir con el juramento hipocrático, en el que la llamada ética médica, entre otras cosas, exige a éstos atender a los enfermos dónde y cuándo sea menester, sin importar a quién ni cómo.

Infinidad de veces se desplazó el joven médico, maletín en ristre, a cumplir con su deber. Y lo hizo a lomos de caballerías por veredas tortuosas y caminos polvorientos; bajando y subiendo empinadas cuestas, atravesando campos, montes o lo que fuera necesario, que salvar vidas era su misión.

Y su misión (y vocación) lo llevó, año tras año, a dejar reuniones familiares en días festivos para acudir a las llamadas que frecuentemente le hacían desde cualquier pueblo del Sur. Un Sur paupérrimo, sin clínicas ni centros de salud ni médicos de urgencias.

Con el tiempo las cosas fueron mejorando, ya había carreteras y coches para desplazarse por ellas, la gente que vivía entre montañas y barrancos se fue aproximando a núcleos urbanos, pero mientras, este inigualable médico supo de dificultades como ningún otro galeno de la zona, a los que cualquier desplazamiento por esos lugares, dejados de la mano de Dios, se les hacía en extremo cuesta arriba.

No deja de resultar sorprendente que muchos de los enfermos del Sur, después de escuchar el diagnóstico de otros médicos, acudieran a él en busca del suyo. Don Eduardo, además de conocimientos médicos, poseía lo que se ha dado en llamar «ojo clínico», por lo que rara vez se equivocaba en el diagnóstico. A ello se añadían sus sabias palabras, que tenían la virtud de imprimir a las dolencias de cierta levedad.

No quiero pasar por alto lo que cobraba a sus pacientes, una verdadera nimiedad si se compara con lo que cobraban los demás colegas. Hubo casos en los que, viendo la pobreza extrema de algunos de ellos, sacaba dinero de su propio bolsillo y se los ofrecía para que pudieran comprar los medicamentos recetados.

El contacto diario con los enfermos, escuchar sus penas y penurias, le hicieron gran conocedor del hombre y sus miserias. Las del cuerpo y las del alma. Don Eduardo sabía tanto de pobres como de ricos, incluidos aquellos que componían el mundo caciquil de entonces, tan pernicioso como arraigado en los pueblos sureños.

Por la prensa me enteré de que el Ayuntamiento de Granadilla le había concedido la Insignia de Oro; lástima que los otros municipios del Sur no hicieran lo propio. Aunque no sé yo hasta qué punto hubiera sido satisfactorio para él esos posibles reconocimientos, tanta era su humildad, pero es de suponer que los recibiera con agrado.

A la memoria de este querido y respetado médico copio la siguiente frase, extraída del juramento hipocrático, que él sin duda cumplió:

…Ahora, si cumplo este juramento y no lo quebranto, que las fuentes de la vida y el arte sean míos, que sea siempre honrado por todos los hombres y que lo contrario me ocurra si lo quebranto y soy perjuro. »

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