(… Continuación)
« Finalizada la citada reparación, el pueblo decide cambiar también las imágenes históricas, pequeñas y deterioradas por otras de la misma advocación pero de tamaño sensiblemente mayor, vinculando esta gestión con los barcos fruteros: Monte Urquiola, por ejemplo. Para las tres clásicas, inicialmente se pensó en destinarlas a las llamas, quemarlas; mas, tomado el asunto con mejor juicio, se optó por repartirlas entre el vecindario, como siempre fue costumbre para estos casos. La efigie de la Virgen del Carmen quedó al cuidado de la familia Yanes-García; la del Bautista fue recogida por el núcleo doméstico Pérez-Arocha, y la del Sagrado Corazón de Jesús quedó depositada en manos de los García-Guillén. Todas hallaron oportuno cobijo en el entorno más próximo de la plaza.
En fechas anteriores –año de 1952–, la plaza pública se había remozado. Se le añaden bancos adornados con volutas dobles abiertas, remates con pilastras que culminan en bolas esféricas, macizas y pintadas en colores cálidos, jardineras para plantas de pequeño porte y se recupera, además, una línea de frondosos eucaliptos. Hoy carece de cualquier árbol ornamental.
La plaza del pueblo se ofrece desnuda de toda floresta superior que genere sombra o permita siquiera anidar a los pajarillos comunes, como ocurre en cualquier plaza que se precie. También quedan eliminados los dos desniveles hasta entonces existentes en su rasante. Quepa recordar que el escalón inferior, de tierra batida, hasta su definitiva desaparición siempre sirvió para funciones de circos ambulantes y otros espectáculos, reuniones o representaciones. El entorno de la plaza, en parte, en la actualidad se mantiene con aquel formato de los años cincuenta, aunque reducido en su cabida. El nuevo conjunto alardea, con razón, de ciertos aires de importancia.
Para apadrinamiento de las tres flamantes imágenes fueron elegidos los dos vecinos, entonces más longevos de la localidad: Ismael Casañas y Casañas (señor Ismael el de La Peraza, seguramente conocido de esta suerte por su domicilio originario) y Rosa Casa- ñas González (“seña” Rosa la del Valle).
En este sentido, se recuerda también que, con ese motivo, se amplía el recorrido procesional de la noche, llegando ahora hasta el domicilio de la hija del padrino, Elena Casañas Guillén. Por aquí siempre se dijo hasta la casa de Américo Díaz y Díaz, su esposo, oriundo de Vilaflor. Para la realización de este cambio, que se consolidó en el tiempo, también se piensa en que la otra gran lomada, asimismo, se hallaba de pleno derecho a recibir la visita procesional considerada como principal.
Cuando la ermita, ahora parroquia, se somete a nuevas obras de ampliación y mejora, la familia depositaria de la imagen de la patrona la regresa a su templo originario, aunque no para recibir culto en sus lugares de honor. Para ella entonces no hubo altar, ni atrio o nicho; tampoco humilde repisa o macetero en donde se le pudiese acomodar en el interior del templo. Exclusivamente para ella se habilitó la antigua espadaña campanario, a modo de hornacina, con vidriera para que pudiese ser contemplada desde la calle por los transeúntes que lo deseasen. En su nuevo templete compartió súplicas y tañeres hasta que la vieja campana fuese sustituida por otra con mejores prestaciones, colocada ahora en la nueva torre. La imagen aún permanece allí, viendo pasar a vivos y a muertos bajo sus plantas.
Se sabe que todavía quedan personas que mantienen compromiso espiritual con esta efigie y cada año le regalan flores en agradecimiento por los beneficios, en su día, concedidos.
Posteriormente, con la finalidad de celebrar los cultos de Semana Santa, se entroniza la imagen de La Dolorosa, y se añade al inventario otra del Cristo Yacente. Ambas fueron apadrinadas por dos hijos del pueblo: Juan Díaz Arocha (Juanito el de la plaza) y Candelaria García Vidal (Lalita).
El acto tuvo lugar el 27 de marzo de 1964. Estos dos conciudadanos habían resultado muy damnificados en la catástrofe acaecida en el convento de Granadilla durante el invierno del año anterior. En este trágico episodio ambos perdieron a su esposa embarazada –doña Soledad– y a su madre y hermano –Carmen y Cholo–, respectivamente.
Con anterioridad ya se había entronizado el Crucificado. Esta lograda imagen sería apadrinada por Francisco Guillén Campos (Paco el de Elicio), político moderado, aunque dentro del régimen, yo diría que liberal y, desde luego, poco creyente, también miembro de una familia tradicionalmente lugareña, venida de Las Vegas.
El sagrado lugar alcanza la categoría de parroquia de entrada el 24 de febrero de 1966 por Decreto del Obispado, como ha quedado dicho. Por el año 1983 ya se barajaba la idea de que el templo resultaba pequeño, especialmente para celebración de actos excepcionales y multitudinarios, como celebraciones festeras, bodas o entierros de personas significadas. Es decir, cuando el acontecimiento convoca a muchos feligreses.
Barajaron entonces la posibilidad de ampliar el sagrado recinto hacia la zona suroeste, sacrificando parte de la plaza y eliminando la sacristía allí anexada durante la reforma anterior. Para esta finalidad se crea una comisión que se responsabilizase de todos los pormenores. Este grupo pro-iglesia estaba formado por Delfín Yanes Toledo, Manuel Carpio, Ernesto García Guillén y su hermana Candelaria, Edilia Rodríguez García, Candelaria Morales (Candelaria Justina) y María del Carmen Casañas, entre otras muchas colaboradoras y colaboradores.
En este proyecto se implicó realmente todo el pueblo en general, con sus aportaciones y donativos. Incluso se asegura que una representación del colectivo vecinal compareció ante el Pleno Municipal, presidido por el entonces alcalde, Froilán Hernández González, para recabar dinero público que destinar a este proyecto. La iniciativa no resultó baldía. En ese mismo acto se le subvencionó con 400.000 pesetas. La ejecución de la obra estuvo a cargo de Elicio Casañas Pinto, alarife, y Ángel García Gómez, en calidad de ayudante. La torre se construyó a posteriori por un grupo de albañiles traídos del entorno capitalino.
Fue eliminada la sacristía, como estaba previsto. Se sustituyeron los viejos contrafuertes y el antiguo armazón quedó sólidamente sujeto al nuevo edificio. La nave principal había cambiado de dirección. Luego se adecuaría el sótano resultante para cripta. Este nuevo tanatorio tiene carácter comunitario y no ha sido donado al Obispado.
Cuando el siglo XXI ya alcanzaba su primer quinquenio, un nuevo proyecto de mejora, en este caso de ornamentación, se puso en práctica. Consistió en dignificar sus altares, dotándoles de sendos retablos tallados en madera en el taller de Juan Domingo (El Realejo). Entre los años de 2005 y 2007 fueron colocados ambos ornatos.
Uno de ellos se diseñó para el altar mayor, donde se acomodaron las tres imágenes tradicionales, respetando el sentido y orden históricos. El otro adorna el ara antiguo que en la actualidad regenta La Dolorosa. En un nivel más bajo, el Cristo yacente.
Las dos iniciativas costaron unos 13.000 euros, repartidos en dos partidas de 8.000 y 5.000, respectivamente, según el altar de que se tratase; mayor, con más alto presupuesto, e inferior para el de menor envergadura.
Esta recaudación se postuló por el pueblo dividido en sectores. Se organizaron actos festivos con fines recaudatorios, vendieron lotería y rifas, celebraron comidas y bailes. En todos los casos, las colaboraciones siempre desbordaron las previsiones. »